miércoles, 3 de febrero de 2016

La humedad se me introduce en el cuerpo quemando mi garganta.
El gris del cielo y la menguante lluvia que ya ha dejado charcos que no se pueden secar.
Barro resbaladizo en cada paso, pasos asustadizos por lo desconocido y lo tenebroso del paisaje.
Apretando los puños, en los que un día me apoyé para sobrevivir.
El viento susurra en mi oído pero no logro entender que me dice y se enfada y sopla como si gritase a un necio, a un esclavo de su imperio del aire.
Las piernas no responden porque ya no soy su dueño, los brazos que se encogen para proteger debilidades, el débil que un día fue fuerte y que ha sido vencido por lo que no se ve.
Las ramas castigan los cuerpos que se aproximan como intrusos, que lo son, causando heridas al rozar la piel que ya dejó de ser suave, pero aún así, es fácilmente fracturable.
Muero en cada paso desangrado, ensuciando la pureza del agua del suelo y cambiando la perspectiva que no he de tocar.